martes, 26 de agosto de 2008

Amanecer


Hoy hace ocho días que no sé nada de él. Más de una semana. Hoy hace tres días que yo no me comunico con él. Sí, los cuento, porque me cuesta un inmenso esfuerzo. Y ayer hizo diez días que la bomba estalló. Diez días largos, diez días muy, muy intensos. Días para pensar mucho, y para llorar más. Días para odiarte, para aborrecerle, para descubrir cosas y para extraer conclusiones. También días para amarle intensamente, para recordarle, para sentirle dentro de mí. He tenido la fase de negación, la de ira, la de negociación, la de depresión y la de aceptación. Todas y cada una, desordenadas, según el momento.

La fotografía escogida es un amanecer. Me resisto a creer que tras un ocaso viene la oscuridad definitiva. Tras el ocaso viene la noche, la oscuridad, pero a las pocas horas amanece de nuevo. Siempre amanece de nuevo. Es un día distinto, pero amanece una y otra vez en la misma ciudad. Puedes ver una ciudad fea, sombría, poco clara. Entonces es cuando llega la noche, no ves nada, quizá sientas miedo. Pero después aparece el sol, poco a poco, y de nuevo llega el día, y descubres que esa ciudad que creías tan tenebrosa y sin posibilidades puede ser una ciudad muy bella. Cuando hay luz todo está bien. Sólo hay que tener paciencia para esperar a que amanezca de nuevo.

¿Ahora qué siento? Ahora mismo, prácticamente nada. Y doy gracias. Porque cuando siento algo, es dolor. Quiero establecer contacto con él, pero no sé cómo hacer, tampoco sé si es su momento. Pero me da miedo de que se supere la etapa de necesitarnos. Hablamos hace poco de que si algo se enfría, es que debe enfriarse, y si debe permanecer un sentimiento, no se enfriará jamás. Pero eso no es cierto, porque ya se sabe que “el tiempo todo lo cura”. Si decides olvidar a alguien, ciertamente, con más o menos tiempo, le olvidarás. Es sólo cuestión de tiempo, más o menos según lo intenso del sentimiento inicial. Y cuanto antes te pongas a ello, antes lo conseguirás. El miedo que me da es que la intención actual no es la de olvidarnos mutuamente, sino poner distancia para salir de un bucle de discusiones y estado anímico débil para poder continuar con fuerza, si es que al recuperar un buen estado anímico decidimos conjuntamente que debe ser así. Pero si nos excedemos en el tiempo, si se nos va la mano, puede que esto se quede en algo diferente, deslabazado y poco claro. Que por arreglar el cable, lo terminemos de romper.

El ser humano necesita certidumbre. Ya lo saben las pitonisas de pacotilla que se anuncian por televisión (¿alguna no es de pacotilla?) que predicen a desesperados sobre enfermedades, trabajo y, sobre todo, amor. Las personas necesitamos seguridad y tranquilidad. Y yo siento que todo está en el aire. Desde la serenidad recuperada, y flotando sobre todas mis reflexiones, planea la duda de cómo estará él. Si me echará de menos, si se acordará de mí. Si cuando se acuesta piensa en las veces que nos hemos acostado juntos, si cuando ve una fotografía mía imagina que mi mirada está puesta en él, como imagino yo cuando veo las suyas. Qué pensará sobre lo que ocurre, si me necesita, si quiere saber cómo estoy. Cómo le habrá ido en la entrevista sobre el trabajo, cómo estará pasando los días, si siente que me echa en falta, como yo le echo en falta a él.

Hoy me he encontrado en la biblioteca con otro “él”, con alguien que fue “él” en su momento. Qué situación más rara. Cuatro años sin vernos, hoy las miradas se han cruzado furtivamente, ninguno ha dicho ni hecho nada. Nos vigilábamos de espaldas. Pero no había tensión. Cuatro años sin verle, y me reencuentro con una pérdida justo en el momento en el que no sé si debo asumir otra. No he sentido más que curiosidad. Me he puesto mis gafas porque no me lo creía, pero ni nervios, ni dolor (ni mucho menos), ni tampoco alegría, simpatía o cariño. Simplemente vacío. “Está más gordo” quizá ha sido mi pensamiento más elaborado (jejeje).

Me estoy construyendo una pequeña parcela propia, me estoy reconciliando conmigo misma. Hace unos días que me siento más positiva respecto a mí que nunca. Me gusta lo que devuelve el espejo, me sorprendo de mí. Oigo halagos, pero los mejores son los que provienen de mi interior. Me estoy desvelando como más fuerte de lo que creí, y ya tengo la seguridad de que todo se pasa. Al tener que luchar contra los elementos en esto que me ha pillado tan desprevenida y en un momento tan débil, he descubierto aspectos de mí que desconocía… y amigas que no recordaba. Pero la resignación o la conformidad no implican aceptación y ni mucho menos deseo de que las circunstancias continúen.

Tengo ganas de hacer ese examen, que sé que voy a aprobar, tengo ganas de comprarme “trapitos” para ir al trabajo, tengo ganas de empezar a trabajar, muchas ganas. Sé que valgo muchísimo, y quien no sabe apreciarlo, no merece nada de mi dolor. Quien no lo vea, se pierde algo muy grande. Estoy plenamente segura de ello, probablemente más de lo que lo he estado nunca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El amanecer siempre te da otra oportunidad

Vic dijo...

Pues espero que ese amanecer sea condescendiente y dé esa otra oportunidad.