miércoles, 27 de enero de 2016

Una que vuelve al pueblo

Hace más de dos años que no escribo ni una palabra en el blog. Creo que me apetece retomarlo porque ya no se lleva tener uno.
Simplemente, dejó de apetecerme escribir a diario. Ahora que lo pienso, cuando empecé a escribirlo tener blog era algo como muy interesante, como un diario, algo profundo. Encontraba fácilmente a gente que escribía cosas que me gustaban, y me encantaba la interacción que se creaba.
Como pasa con lo tecnológico, pronto los blogs fueron superados por otras herramientas: llegó Facebook, luego Twitter (y como muy bien dice SIE sobre su sequía de escritura: "incluso he ido apuntando las ocurrencias, lo único que pasa es que no lo he hecho, a lo sumo las he tuiteado y eso ha sido su final,las ideas son como post que van a morir a tuiter y agonizan durante 140 caracteres".), y en paralelo surgían los egoblogs, de los que de sobra se ha escrito sobre su evolución de bitácoras anónimas sobre estilo propio a catálogos patrocinados multimarca que cruzan peligrosamente la línea de lo que es publicidad ilícita, en todas sus versiones.
Pero los egoblogs quedaron también superados por Instagram y por Youtube. Triunfa más la imagen que las palabras. Era de esperar. Pero es que los que se crearon un blog con la exclusiva intención de colgar imágenes no debían tener un blog, no era su sitio (sólo que entonces era lo único que había). Esto son diarios, no revistas. Y parece que están volviendo a su naturaleza original, y me alegra. 
Hubo un tiempo en el que tener un blog pasó a estar casi demonizado, a considerarse superficial (que no friki). Cuando para mí, el mío es lo menos superficial de todas mis redes, la única que no comparto abiertamente. 
Ahora es cuando me apetece de nuevo descubrir blogs, ahora es cuando vuelvo a mirar con cariño al mío. Y lo veo como el que vuelve al pueblo después de mucho tiempo, y me reconozco en unas entradas con más facilidad que en otras, como a la gente que ves después de los años y unos han cambiado y otros casi nada. Y con algunos entablas conversación enseguida, como si no hubiera pasado el tiempo, con otros pierdes el feeling. Y de algunas personas incluso piensas ¿Cómo es posible que alguna vez nos llevásemos bien? Así estamos, de vuelta, no sé si de fin de semana o por una temporada.

domingo, 13 de octubre de 2013

Empezar de cero es duro

Empezar de cero es duro… y tan duro.

Ayer leí un estado de Facebook que decía que empezar de cero es duro, y ¡desde luego que lo es! Salir a correr y ponerse en forma, o decidirse de una vez por todas a ir al gimnasio, el famoso miedo a la página en blanco, un trabajo nuevo, o la pérdida del que se tenía, construir una nueva relación de pareja, vivir en una ciudad nueva, mudarse a una nueva casa, comenzar un hobbie… Incluso retomar un blog polvoriento, oxidado y olvidado, las ganas de escribir, de pensar en uno mismo, en lo que una quiere y no en lo que quieren los demás de una.

En mi caso son muchos los comienzos que afronto. De muchos tipos distintos. Para unos siento más arrojo que para otros, pero en todos, absolutamente en todos los comienzos, la solución es una solamente: arrancar sin pensarlo más

viernes, 3 de febrero de 2012

Recuerdos bloggeros



Acabo de estar leyendo algunas entradas antiguas y me he dado cuenta de que debería escribir más, porque releyendo he recordado un montón de cosas que se me habían olvidado (bueno, en realidad no las había olvidado, porque al verlas escritas las he reconocido pero... me he liado. En fin, creo que la idea está clara).

Me ha dado mucha alegría y he sonreído más de una vez. No está tan mal tener un diario personal, pero no debería dejar que fuese un diario del pasado y tendría que tenerlo medianamente actualizado. Aunque en el día a día no le encuentre mucho sentido porque no tiene una temática definida y no pretendo ir más allá con él, pero acabo de comprobar que es como tener una hucha de momentos.

Madre mía qué cursilada. Venga, traedme lazos rosas que se los pongo al blog.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Ya no habrá más 1 de enero


En once meses han fallecido mi abuelo y mi abuela materna, los que me quedaban. Este año no habrá uno de enero para mí, ni para nadie de la familia. No al menos en cuanto a cómo concebimos ese día.

En el velatorio de mi abuela, uno de mis primos escribió en una especie de libro de firmas una dedicatoria larguísima, que en realidad era como una carta, y ninguno de nosotros fuimos capaz de leerla de un tirón sin ahogarnos en lágrimas. Mi primo no tiene estudios de ninguna clase, es camionero, de aspecto rudo, catalán madridista y "raulista" acérrimo, de los de Marca diario, del que ninguno nos esperábamos tal arranque de delicadeza.

La especial belleza de esa carta era que resumía a la perfección cómo nos sentíamos todos, el carácter de mi abuela, lo que suponía ella para la unión de la familia, y los hitos más importantes que nos daban ese nexo intangible que hacen que la familia sea la comunidad primera y primordial de las personas. Leyéndola volví, como si del puro presente se tratara, a mi primera infancia y a los mejores veranos de mi vida.

Una de las cosas a las que hacía referencia esa carta era a los uno de enero, el día en el que nos reuníamos todos, el día sagrado. El día del intercambio de regalos, un día que año tras año era exactamente igual, calcado a todos los anteriores, hasta en el menú, los horarios y el orden de las cosas. Sin ninguna duda la tradición más importante para todos, y un día plenamente feliz. Incluso mi hermano, persona despegada y arisca donde las haya, dijo en una ocasión hace ya tiempo que era su momento favorito del año. Más que Reyes, más que su cumpleaños, el inicio de las vacaciones o que cualquier otro momento.

Ha sido siempre un día sencillo, de comer paella y embutidos, y tener piña de postre. Nada pretencioso ni elegante. En una salita, sobre un sofá, estaban colocados todos los regalos con los nombres puestos, y después del café y los pastelitos de Navidad, íbamos repartiéndolos todos. Nunca se sabía qué podía ser, no eran los típicos regalos. Eran detalles, porque somos muchos. Un libro, una bufanda, pañuelos, algunos pendientes. Hermanas y cuñadas recibían siempre exactamente lo mismo, en distintos colores, y los mismo nos pasaba a las primas. El regalo en cuestión daba igual, lo bueno era la parafernalia, el repartir paquete por paquete, abrirlo, comentarlo, admirarlo, dar las gracias, y a por el siguiente. Podíamos estar horas. Risas... mi abuelo: "¿Esto para qué sirve?... ". Algún año hicimos concursos de villancicos, cuando pudo venir mi tío de Palamós, que es un as a la guitarra. Era todo tremendamente sencillo y entrañable, e incluso ya siendo adolescentes los primos, cuando pasábamos el día resacosos perdidos sin haber dormido ni una hora tras una nochevieja de macrofiesta y garrafón, ni siquiera se nos pasaba por la cabeza quejarnos, es que ni nos dolía. Era el día de reencontrarnos, de contarnos las cosas, de abrazarnos una y otra vez por los pasillos mientras poníamos la mesa, porque durante el año nos teníamos muy lejos.

Ya no va a haber más unos de enero así. No sólo no vamos a experimentar más esa felicidad absolutamente pura por estar todos juntos y darnos cariño, sino que ese día se me aventura completamente insoportable por lo doloroso de haberles perdido tan rápido a los dos.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Qué cosas

La vida 2.0 tiene momentos extraños. Ayer, en los comentarios de un blog, me desearon suerte varias personas que no conozco. A quien esto no le afecta, le resultan palabras simplonas, pero yo, como sé que están dirigidas a mí, me resulta de una satisfacción difícil de explicar, y más leyendo mi nombre escrito por estas personas. Es raro... que una persona que no conozco de nada empatice personalmente conmigo, aunque sea a un nivel mínimo, y se tome unos segundos de su vida en escribir algo para que yo me sienta mejor y enviarme buenos deseos. Es raro y de un buen rollo alucinante.



Para colmo, la dueña del blog, a los cinco minutos de escribirle mi comentario en el blog, escribía en su twitter que "hay comentarios que emocionan y que alegran el día". Ahora me sigue en esa plataforma (no dejé mi dirección de blog cuando comenté en el suyo) y se me hace extrañísimo haber creado un vínculo con ella. Ha leído mi comentario, ha leído mi nombre, ha visto mi fotografía y ha decidido seguir lo que yo publique. A pesar de que esto hoy en día es tremendamente cotidiano, yo le sigo encontrando su magia.


A pesar de que recibe muchísimos twits, comentarios y mails, lo de que hay comentarios que emocionan y alegran el día sé que era por el que yo le había puesto, y me sentí enormemente orgullosa y contenta por haber alegrado a alguien. No sé. Esta vida virtual a veces es terriblemente vacía, pero en ocasiones como la de hoy provoca sentimientos buenos en muchas personas y en muchas direcciones que además, gracias por la facilidad de difusión que tiene este medio, se expanden a modo "efecto mariposa". Me encantan estas oleadas positivas!

viernes, 11 de noviembre de 2011

Teorías y relatividad.

¿Por qué si mi frase favorita es que "Vida es nombre propio" siempre someto a examen la mía a través de compararla con la de los demás?

Por eso de que se presume de lo que se carece, seguramente. Es decir, que como sé que soy una borrega (remisión obligada al blog "Nunca digas nunca jamás"), me obligo a pensar diferente mediante el uso de frases que suenan bien.

El caso es que llevo bastante tiempo pensando en qué momento dejé de sentirme orgullosa conmigo misma, así en general. Y la verdad, no recuerdo el último momento en que eso sucedió... o puede que sí lo recuerde, pero me dé miedo reconocer que de eso hace mucho tiempo. La cuestión es que mi percepción de cómo es mi vida actual varía demasiado de un día a otro según a quién tenga cerca y según cómo le haya ido a esa persona... según su momento vital, o qué sé yo. Hay un sentimiento generalizado de que a los 30 años tienes que haber alcanzado ya tu máxima capacidad, y a partir de ahí sólo tienes que pulirte, como mucho... y hay quienes opinan que eso es una soberana tontería. Yo aún no lo tengo claro, pero lo que parece evidente es que las cosas han cambiado, y que ahora tenemos un poco más de cuartelillo para no parecer que se nos ha pasado el arroz profesional.

Ciertamente, los tiempos en la vida tienen su importancia, pero todo con moderación, ya que hay que ser flexibles, y yo estoy aún en proceso de aprender a serlo. Creo que he sido (y sigo siendo) demasiado dura conmigo misma, pero también a veces pienso que no es que sea dura, sino que no autoexigirme lo suficiente es ser una indolente. Como un entrenador personal que no te pone las pilas, una absoluta inutilidad.

Aún no tengo nada claro respecto a mí misma. En lo más profundo, ¿Sé acaso como soy? Estoy casi convencida de que la respuesta es que no, pero lo que realmente no sé es si eso sucede porque aún soy un ser cambiante o porque nunca me he descubierto de verdad.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Soy mis amigos



No quería dejar pasar el momento sin atrapar la reflexión que me ha venido a la cabeza:

Cuando veo algún capítulo de Sexo en Nueva York (que por otra parte, no es algo que pase muy a menudo, sólo que a veces, entre las escasas opciones que da la tele, me quedo con Divinity), me quedo un poco depre. Creo que es algo que no le pasa a mucha gente, ya que es una serie más bien optimista y superficial, por lo que en teoría no debería suceder. Lo que ocurre es que me da mucha envidia la protagonista, porque tiene un grupo compacto y sólido de amigas, que se conocen a la perfección, leales donde las haya y que pueden contar las unas con las otras en cualquier momento y para cualquier asunto.

Yo me considero (y creo que la gente que me conoce también lo cree) como una persona bastante sociable. No tengo problemas para entablar conversaciones, estrechar lazos con gente, e incluso diría, aunque suene pretencioso, que suelo caer bien. La pega es que tengo a los amigos completamente dispersos. En parte por haber dado muchos tumbos, tanto geográficos a la hora de estudiar como laboralmente hablando, pero el caso es que tengo a una amiga aquí, a un amigo allá... amigos sueltos de distintas épocas. No tengo ese grupo de referencia, ese que se llama "de toda la vida", ese grupo que, aunque añadas gente puntual con la que conectas, en realidad si hablas de "mis amigos" identificas perfectamente el núcleo central. No. A mí no me pasa eso, por lo que amigos así es mucho más difícil conservarlos y sentirlos unidos a mi día a día.

Qué se le va a hacer, las cosas hay que aceptarlas como vienen. Y me he dado cuenta de que precisamente el tener como amigos a ese batiburrillo de gente tan diferente es algo que me aporta mucho, y me he dado cuenta de que entre todos, cubren casi por completo mis diferentes... facetas.

Tengo a esa amiga que me supone una especie de "recarga de glamour", que cuando estoy con ella me apetece ser mucho más divina, vestir más elegante, ser más ordenada y hago cosas y conozco los sitios más de moda y más "in" del momento (que es como se habla en ese argot). Tengo las amigas divertidas pero responsables, las marchosas que se acuestan a las 6 y se levantan a las 7 para trabajar 10 horas, las que cantan a voz en grito canciones de Rafaella Carrá mientras por el rabillo del ojo vigilan no pasarse el límite de 120 km/h. La amiga con la que hablo de sexo sin vergüenza y que me quita el miedo pavoroso que tengo a la soledad, que me recuerda que de todo se sale, que la vida es corta pero ancha, y que una misma vale mucho. La amiga que me hace ver que vivir con una filosofía poco ambiciosa es quizá la mayor de las ambiciones y lo máximo que se puede alcanzar... porque es cierto que no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita (no, esa frase no la inventó Ikea).

Estas cuatro son sólo ejemplos, pero concretamente a ellas cuatro las conocí en momentos y lugares muy diferentes, y no se conocen entre ellas, por lo que si me casara no podría hacer una despedida de soltera con "mi grupo de amigas" porque como tal no existe (sí, la oleada de bodas que se está cerniendo sobre mi cabeza también me ha hecho pensar en esto). Sin embargo, eso también me hace ver que si esto sucede es porque he vivido muchas cosas, y las he vivido tan intensamente que conservo muy buenas amigas de cada una de mis épocas, y que ninguno de los lugares donde he vivido, trabajado o estudiado ha pasado por mí sin dejar huella. Como decía un profesor: hay gente que pasa por la universidad pero la universidad no pasa por ellos. Pues puedo decir que a mí no me ha pasado eso. Y me siento muy orgullosa! A los amigos se les escoge y creo que todos ellos me aportan tanto que incluso diría que mi vida sería distinta a día de hoy si alguno de ellos me faltara.

Sólo era eso. Carrie, ahí te quedas.