sin timón ni timonel,
por mis venas va, ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.
(Peces de Ciudad. Joaquín Sabina)
Hoy tengo el día con la sensación de que sé menos de la asignatura que hace una semana. Cualquiera me diría “eso es que te la sabes muy bien, y vas al detalle”, pero no, yo sé que no es eso. Hace una semana sabía resolver los problemas seguidos, sabía muchos procedimientos que ahora no recuerdo cómo se hacen si no es mirando en las soluciones, me quedo atascada, hay muchos aspectos de temas que me pueden caer en preguntas de los que ya no recuerdo cómo se hacen, la teoría hace mil que no me la miro… ¡tengo un caos…! Y estoy agotada ya de esta asignatura. Una asignatura anual de problemas es mucha tela para mí, que siempre me lo voy sacando todo poquito a poquito, y ahora hay mucha miga. ¡Y con todo lo que hay en juego! Bueno, en eso prefiero no pensar. Que en junio me agobié con eso, y mírame. Solamente que me gustaría hacer el examen bien, que le he puesto mucho interés y muchas horas, que ya tengo el libro trillado, que ya me quiero quitar la asignatura tonta de las narices! Jeje, como todo estudiante en septiembre, si es que es lo que hay, qué le vamos a hacer.
Hoy hace ocho días que no sé nada de él. Más de una semana. Hoy hace tres días que yo no me comunico con él. Sí, los cuento, porque me cuesta un inmenso esfuerzo. Y ayer hizo diez días que la bomba estalló. Diez días largos, diez días muy, muy intensos. Días para pensar mucho, y para llorar más. Días para odiarte, para aborrecerle, para descubrir cosas y para extraer conclusiones. También días para amarle intensamente, para recordarle, para sentirle dentro de mí. He tenido la fase de negación, la de ira, la de negociación, la de depresión y la de aceptación. Todas y cada una, desordenadas, según el momento.
Llevo varios días de escribir y escribir... hacía mucho que no escribía tanto y no experimentaba la sensación tan placentera y tan reconfortante que me da el conversar conmigo misma... y no, no estoy loca. Cuando me paro a escribir saco lo que de verdad llevo dentro, algo que muchas veces es doloroso pero siempre me sorprendo y me ayuda a clarificarme. Sé que este blog no es cien por cien privado, y si bien cuando publico no lo hago pensando en quienes lo puedan leer, sí que hay escritos que suponen demasiada desnudez como para colgarlos en algo tan frívolo como es Internet. Pero guardando hoy uno de estos documentos que me están ayudando tanto, me he encontrado en el ordenador con algo que escribí hace ya algún tiempo. En realidad no sé si alguna vez lo llegué a subir al blog, pero me ha llamado la atención la actualidad de lo que digo, el no arrepentirme ni una coma de lo que digo, y el sentirme así casi tres años después. Lo pongo a día de hoy, porque sigue vigente:
Las cosas más importantes, y las más sinceras nunca se dicen con palabras. Si has sentido alguna vez qué es quedarte mudo, o decir justo lo contrario de lo que pretendías, o haber decidido no decir justo lo que finalmente sale de tus labios…simplemente porque una imagen contrae todos tus sentidos y porque hay una mirada que cuando se encuentra con la tuya piensas que no merece la pena dedicarte a pensar en nada más, solamente a contemplarla. Si sabes lo que es eso entenderás qué son las dichosas mariposas en el estómago, cómo la ilusión y la pena se mezclan con una permanente sonrisa estúpida, y lo que es buscarle significado hasta al tono de voz de un “qué tal” o la forma de poner “besos” en un mensaje.
En los silencios hay más palabras que en millones de e-mails, conversaciones y mensajes de texto. Con frecuencia lo que se calla es más importante que lo que se cuenta, pensad en los secretos. Pero ¿qué sucede con aquello que queda guardado? Puede que se transforme… hay muchos tipos de lenguaje a los que sólo hay que prestar un poco de atención, en los que quedan convertidas las palabras nerviosas que no alcanzan a cobrar sentido o ni siquiera llegaron a pronunciarse. Igual que hay muchos idiomas, hay infinitos modos de entender y hacerse entender cuando lo que se quiere decir nos supera.
Para todos aquellos que entiendan lo que significa todo esto, para los que alguna vez se han sentido idiotas y repasado mentalmente aquella conversación desastrosa.
Releyendo, me he dado cuenta de que parece que me refiero al "silencio negativo", al cobarde, pero no es así. Me refiero por completo al silencio "positivo", al transmitirse sensaciones sin necesidad de palabras, a aquello que ya apuntaba Ronan Keating en su canción "When you say nothing at all", en la película Notting Hill (maravillosa película, maravilloso lugar). A veces las palabras nos traicionan, nos llevan a hacer ver algo completamente diferente de lo que sentimos o queremos transmitir. El contacto humano no puede ser superado por nada, y una sonrisa es el mejor regalo que se puede dar y que se puede recibir.
Por miles y miles de sonrisas en la vida. Y si no la recibes, regálatela en el espejo. Quiérete. Quien quiera que seas, eres único e insuperable. Siempre. Siempre. Siempre.
Hay necesidades raras. O apetencias, según se mire. Hay apetencias que tornan a necesidad. Hoy yo necesito escribir, una falda, y una camiseta rosa. La camiseta sólo, la falda aún no la he visualizado. También necesito tiempo para todo ello, y ya que es más sencillo conseguirlo para lo primero, me dispongo a escribir. Lo malo es que no se me ocurre nada ingenioso, o bonito, o que me desahogue. Nada de nada, así que no comprendo por qué esas ganas de escribir. Y aquí estoy, dándole a la tecla sin sentido.
Qué sorpresas te llevas con las personas. Creía tener la facilidad de lo que se dice “calar” a la gente, eso de saber más o menos cómo es alguien, cómo tratarle, por dónde van sus tiros, sus opiniones… esas cosas. Y no sé si es que he perdido el don, si es que nunca lo he tenido, o que conozco a individuos cada vez más complejos. El caso es que últimamente me desconcierto con el trato humano. Ya me cuesta hasta trabajo diferenciar cuándo caigo bien y cuándo no, cuando soy considerada relevante y cuándo paso desapercibida o más bien algo rechazada. Eso hace que me lleve sorpresas muy agradables y otras no tanto.
El tener la expectación sobre cómo es alguien y descubrirlo poco a poco es interesante, Cierto, pero provoca mucho de desconfianza y confusión, sobre todo cuando cambia para peor respecto de lo que se creía. Cuando ocurre al revés, es una alegría y un alivio. La receta es no esperar nada, dejar que todo fluya, no entregarse al máximo, y sin darte cuenta, conoces a la persona en todas sus dimensiones. Lo malo es que no siempre se puede esperar, porque hay veces que ciertas personas entran a formar parte de tu vida habitual, y compartes gran parte de tu tiempo y de tus vivencias sin saber ni si hay feeling ni si puedes confiar. La receta sigue siendo ser uno mismo, sin preocuparse, y ser educado, una baza que no todo el mundo sabe valorar como se merece y que nos favorece en casi todas las situaciones.
Si escribo sobre esto es evidentemente, porque es un asunto que me preocupa, que tengo en la cabeza. Ya he encontrado mi tema para resarcirme hoy, algo muy corto, pero me cuesta dejarme llevar y escribir todo lo que me gustaría, quizá por miedo la las lecturas del blog. No sé si es el mejor medio para poner por escrito lo que pienso, aunque desde luego mejor que en un papel, que además de ocupar espacio, se convierte en algo así como el diario con candado que tenía de pequeña. Soy muy comunicativa, pero tengo muchos secretos que no quiero desvelar, y que sin embargo, golpean y golpean por salir, y no sé dónde colocarlos.