
Yo una noche de diciembre salí de un pub a buscar un taxi para volver a casa. Al cabo de veinte minutos buscando, solicité uno por teléfono, esperé quince minutos, me llamaron para decirme que cancelaban mi petición. Volví a llamar, esperé diez minutos y me lo volvieron a cancelar. Entonces decidí volver a casa andando. Tardé prácticamente una hora exacta en llegar.
Cómo debe ser llegar solo –ni un amigo, ninguna familia- a un país extraño, en el que no sabes el idioma, sabiendo que de entrada no eres deseado, siendo pobre, sin medios para subsistir, sin pertenencias más allá de lo (poco) que llevas puesto, sin conocer ni una ciudad, sin saber cómo pedir ni un vaso de agua, todo ello mientras no puedes dejar de temblar por el miedo, por el frío.
El frío que te da ese nuevo país, ese idioma que no te suena a nada, esas calles desconocidas, ese desapego que sientes hacia este nuevo lugar. El frío que provoca el desarraigo, la añoranza. El frío que da la desnutrición y la falta de un techo. El frío que me da verte bajo esa manta prestada mientras tus ojos acristalados se cierran, se abren y se vuelven a cerrar violentamente, y que miran al infinito, probablemente mientras piensas en cosas que nunca llegaré siquiera a imaginar.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho tu entrada. ¡Un saludo!
Gracias por la visita! Otro saludo para ti!
Publicar un comentario