domingo, 17 de mayo de 2009

Las entradas y las salidas


Hay que saber hacer buenas entradas y hay que saber salir. Es típico de los niños que, cuando empiezan un juego, nunca quieren parar, y los mayores a su alrededor se cansan de la canción o el pilla-pilla de turno. Tan importante es la primera página de un libro como la última o, en su versión más reducida, tanto hay que pensar la primera frase de un blog como lo que se dice para cerrar esa entrada. Dar globalidad, darle cuerpo a lo que se hace. Lo que pasa es que soy persona de dejar las cosas a medias, de empezar con muchas ganas y después terminar las cosas aprisa, porque me he cansado, o de simplemente dejarlo estar. Así, este verano empecé con una remodelación absoluta de mi cuarto que lo tuvo revuelto de arriba a abajo durante un mes, porque quería hacer un cambio drástico, renovar la decoración, cambiar las cosas de lugar, ponerlo a mi gusto y ordenarlo de modo que me resultase más cómodo según mis necesidades ahora, que son diferentes a las que tenía con diecisiete años, que fue cuando nos mudamos a esta casa. Después de un abandono absoluto durante las seis temporadas madrileñas, a la vuelta necesitaba renovarlo. Pero qué pasó... pues que después de tener todo por en medio, esperando la inspiración de esa redecoración de mi vida que quería plasmar en la república independiente de mi cuarto, hice algunos pequeños cambios que prácticamente son imperceptibles y que sólo sirvieron para darle sensación de caos a mi vida durante todo el verano: bolsas y bolsas por el suelo, libros amontonados por las esquinas las estanterías vacías y todo su contenido desparramado. Al final, después de tanta tarea, todo quedó prácticamente igual, y al final ya estaba tan cansada del desorden que me dediqué en un dia a colocar lo que quedaba en el mismo sitio de antes.

Este ejemplo de mi cuarto no es más que un caso de los muchos iguales que hay en mi vida. Sé empezar, pero no sé terminar, todo a medias, todo con sensación de provisionalidad. Pero a veces hay que hacer las cosas bien. Un bonito saludo merece una bonita despedida, y no mirar hacia otro lado. Ayer le dije a él un adiós indefinido, y fue todo tan bonito que me hizo pensar en que lo había hecho bien. Que no me tengo que reprochar nada. Quiero paz en mi cabeza y en mi corazón, y ayer sentí mucha paz. En ese banco de una plaza de un pueblo cualquiera, hablando distendidamente de todo y de nada. En ese restaurante pequeño, donde no éramos nadie, pero nosotros lo éramos todo para nosotros en ese momento. En esa copa que te tomas en un bar y en esas sonrisas. Porque había gente alrededor, pero yo sentía que no había nadie más. Fue una despedida con sabor dulce, una decisión tomada de acuerdo, y un broche provisional que, esta vez sí, hace justicia a lo que hemos sido. Por una vez lo hemos hecho bien.

Hoy todo me sabe a nueva etapa, y cuando veo sus fotografías se me inundan los ojos y me aprieta la garganta, pero no dejo que las lágrimas lleguen a mi cara. Dejo que las sensaciones transcurran, sin intentar reprimirlas, pero sin dar rienda suelta a la pena. Ahora mi inquietud reside en qué pasará, qué será de mi vida, qué será. Procuro no mirar atrás más de lo imprescindible, porque el pasado solo sirve para aprender, pero es agua que no mueve molino.

Cuando empezamos esta aventura creíamos que teníamos todo el tiempo del mundo, y ese tiempo terminó prematuramente. Pensábamos en el futuro como algo que nunca llega, como algo que se espera con ilusión pero que cuesta creer que vaya a suceder. Y efectivamente, ese futuro no llegó. Las opciones se redujeron y día tras día, vimos cómo la fecha de caducidad se adelantaba. No hubo aniversario, no hubo septiembre a su lado. Y ahora, cuando por mí misma he dicho adiós, me siento enmedio de una tremenda paradoja despidiéndome de alguien de quien sólo deseo que esté conmigo. Pero a veces hay que escoger el mal menor. Sin embargo, aún no adquiero consciencia de la dimensión de este paso. Si para creerme que estábamos juntos tuve que esperar a ese reencuentro bajo las luces navideñas, para creer que he dado este paso necesitaré que, fin de semana tras fin de semana, no cuente con la ilusión de hacer un plan con él. Para creerlo necesito ver mis sentimientos empaquetados en un cajón para que no vean la luz y se desborden como siempre.

Donde esté ahora, sabe que estoy recuperándome del vendaval, sin objetivos que me apremien, queriendo sentirme mejor. Que no le culpo, que he encontrado la paz interior que buscaba, que ya no hay rencor. Ojalá que tenga suerte, ojalá que NO encuentre calor en otros brazos, y ojalá que no me duela tanto no verle, como dice la canción.

No hay comentarios: