domingo, 21 de diciembre de 2008

Pantalones vaqueros


Ésta es un homenaje a todos esos pantalones vaqueros que subieron tantas noches las escaleras hasta ese primer piso, para amanecer yacentes en el suelo de madera carcomido. Presurosos bajaban, en ocasiones para volver esa misma noche, en otras para no volver a ser vistos jamás. Pequeños retales de amor que fueron componiendo la colcha que cubre mi vida, con ilusiones entretejidas de lo que podría haber sido y nunca fue.

Sonrisas, caricias y palabras dulces, ojos claros que acompasaban mi vida conforme iba descubriendo las verdades de la vida, ojos que tenían una leve diferencia de tonalidad, más redondos, más rasgados, pero siempre eran de él. Esos ojos que me miraban sinceros y me hacían creer cosas absurdas y me enseñaron que se aprende a base de caídas. Que las princesas no existen, que de ensoñaciones también se vive pero peor, que los niños perdidos existen –y a veces se pierden a propósito-, y que no se deben enviar demasiados mensajes al móvil. Entre otras muchas cosas.

Había veces que esos vaqueros caídos que subían mis escaleras lo hacían entremezclados con los míos, casi a trompicones, a medias de los besos y el caminar, y en otras ocasiones ascendían sigilosos y rápidos, parándose en la puerta de un suelo que crujía a cada paso. Me dieron probablemente menos de lo que me quitaron, pero rebuscando en sus memorias, encuentro, como joyas, ciertos momentos para los que merece la pena detenerse a recordar. Gracias a todos ellos, o gracias a él. Porque siempre eres el mismo, el que me hace reír de felicidad, y llorar hasta con el corazón, el que me hace sentir princesa pagana de un trono de hoja caduca.

No hay comentarios: