sábado, 22 de noviembre de 2008

Un ancla a este mar

Hay una voz que me pone melancólica y tonta. Que me hace soñar cosas que desde mi adolescencia no soñaba, que me hace desear tener la capacidad de acariciar las palabras con tanto terciopelo y tanta dulzura. Hoy es sábado por la tarde, escucho sin cesar a Mónica Molina y durante la semana me han asaltado varias ideas sobre las que escribir una entrada nueva de blog. Sin embargo, al final de la semana solamente quiero relajarme y pensar poco, tener un rato amable y pensar en positivo, así que no haré ni el pequeño esfuerzo de recoger esas reflexiones para trasladarlas a este rincón.

Hoy no quiero pensar en "qué pasaría si...", no quiero atarme a ningún plan... aunque eso no etá en mi mano y desafortunadamente, no lo puedo evitar. Hoy me gustaría ser tan libre, tan libre, que me diese todo igual y poder hacer lo que quisiera cuando quisiera. Sin preavisar, sin horarios. Sin preparativos. Pero como no se pueden chascar los dedos y estar lista para la ocasión sin haber previsto lo que vas a hacer, para la hora a la que lo quieres hacer y con quién lo vas a hacer, la única solución es darme mi tiempo para remolonear hasta la hora en la que deba estar activa. Sin pensar mientras tanto en nada que implique trabajo de memoria, imaginación o planificación.

Hay momentos en los que desearía que todos los relojes de mundo se detuviesen, para tomarme el tiempo que necesitase para saborear el momento en su plenitud. Darle a la pausa y reacrearme en cada detalle y en cada sensación sin el apremio que provoca el pasar de los minutos y la dependencia de la siguiente escena. Disfrutar ese momento durante el tiempo deseado, poder elegir cuándo finalizar, arrancando poco a poco hacia la vida habitual. Anclarme a un puerto sin que la marea me lleve a donde ella elija, y tampoco tener que esforzarme por remar a contracorriente si no me apetece remar. Solamente quedarme donde estoy, parada segura, tranquila, observando con calma el panorama. Sería perfecto...

Pero se siente, lo perfecto no existe. Quizá por eso lo buscamos sin cesar, porque no hay nada más apasionante que la lucha en la que no hay nada que ganar, porque seguramente tampoco haya nada que perder.

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