viernes, 9 de diciembre de 2011

Ya no habrá más 1 de enero


En once meses han fallecido mi abuelo y mi abuela materna, los que me quedaban. Este año no habrá uno de enero para mí, ni para nadie de la familia. No al menos en cuanto a cómo concebimos ese día.

En el velatorio de mi abuela, uno de mis primos escribió en una especie de libro de firmas una dedicatoria larguísima, que en realidad era como una carta, y ninguno de nosotros fuimos capaz de leerla de un tirón sin ahogarnos en lágrimas. Mi primo no tiene estudios de ninguna clase, es camionero, de aspecto rudo, catalán madridista y "raulista" acérrimo, de los de Marca diario, del que ninguno nos esperábamos tal arranque de delicadeza.

La especial belleza de esa carta era que resumía a la perfección cómo nos sentíamos todos, el carácter de mi abuela, lo que suponía ella para la unión de la familia, y los hitos más importantes que nos daban ese nexo intangible que hacen que la familia sea la comunidad primera y primordial de las personas. Leyéndola volví, como si del puro presente se tratara, a mi primera infancia y a los mejores veranos de mi vida.

Una de las cosas a las que hacía referencia esa carta era a los uno de enero, el día en el que nos reuníamos todos, el día sagrado. El día del intercambio de regalos, un día que año tras año era exactamente igual, calcado a todos los anteriores, hasta en el menú, los horarios y el orden de las cosas. Sin ninguna duda la tradición más importante para todos, y un día plenamente feliz. Incluso mi hermano, persona despegada y arisca donde las haya, dijo en una ocasión hace ya tiempo que era su momento favorito del año. Más que Reyes, más que su cumpleaños, el inicio de las vacaciones o que cualquier otro momento.

Ha sido siempre un día sencillo, de comer paella y embutidos, y tener piña de postre. Nada pretencioso ni elegante. En una salita, sobre un sofá, estaban colocados todos los regalos con los nombres puestos, y después del café y los pastelitos de Navidad, íbamos repartiéndolos todos. Nunca se sabía qué podía ser, no eran los típicos regalos. Eran detalles, porque somos muchos. Un libro, una bufanda, pañuelos, algunos pendientes. Hermanas y cuñadas recibían siempre exactamente lo mismo, en distintos colores, y los mismo nos pasaba a las primas. El regalo en cuestión daba igual, lo bueno era la parafernalia, el repartir paquete por paquete, abrirlo, comentarlo, admirarlo, dar las gracias, y a por el siguiente. Podíamos estar horas. Risas... mi abuelo: "¿Esto para qué sirve?... ". Algún año hicimos concursos de villancicos, cuando pudo venir mi tío de Palamós, que es un as a la guitarra. Era todo tremendamente sencillo y entrañable, e incluso ya siendo adolescentes los primos, cuando pasábamos el día resacosos perdidos sin haber dormido ni una hora tras una nochevieja de macrofiesta y garrafón, ni siquiera se nos pasaba por la cabeza quejarnos, es que ni nos dolía. Era el día de reencontrarnos, de contarnos las cosas, de abrazarnos una y otra vez por los pasillos mientras poníamos la mesa, porque durante el año nos teníamos muy lejos.

Ya no va a haber más unos de enero así. No sólo no vamos a experimentar más esa felicidad absolutamente pura por estar todos juntos y darnos cariño, sino que ese día se me aventura completamente insoportable por lo doloroso de haberles perdido tan rápido a los dos.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Qué cosas

La vida 2.0 tiene momentos extraños. Ayer, en los comentarios de un blog, me desearon suerte varias personas que no conozco. A quien esto no le afecta, le resultan palabras simplonas, pero yo, como sé que están dirigidas a mí, me resulta de una satisfacción difícil de explicar, y más leyendo mi nombre escrito por estas personas. Es raro... que una persona que no conozco de nada empatice personalmente conmigo, aunque sea a un nivel mínimo, y se tome unos segundos de su vida en escribir algo para que yo me sienta mejor y enviarme buenos deseos. Es raro y de un buen rollo alucinante.



Para colmo, la dueña del blog, a los cinco minutos de escribirle mi comentario en el blog, escribía en su twitter que "hay comentarios que emocionan y que alegran el día". Ahora me sigue en esa plataforma (no dejé mi dirección de blog cuando comenté en el suyo) y se me hace extrañísimo haber creado un vínculo con ella. Ha leído mi comentario, ha leído mi nombre, ha visto mi fotografía y ha decidido seguir lo que yo publique. A pesar de que esto hoy en día es tremendamente cotidiano, yo le sigo encontrando su magia.


A pesar de que recibe muchísimos twits, comentarios y mails, lo de que hay comentarios que emocionan y alegran el día sé que era por el que yo le había puesto, y me sentí enormemente orgullosa y contenta por haber alegrado a alguien. No sé. Esta vida virtual a veces es terriblemente vacía, pero en ocasiones como la de hoy provoca sentimientos buenos en muchas personas y en muchas direcciones que además, gracias por la facilidad de difusión que tiene este medio, se expanden a modo "efecto mariposa". Me encantan estas oleadas positivas!